😊 Alegría para todo el mundo

Como si de una tradición se tratara, nada más fallar el Premio Planeta se suceden los mares de críticas y suspicacias sobre la credibilidad del mismo. Que si casualmente se adjudica a un autor del mismo sello, que si no tiene nada que ver con la calidad literaria o que si la susodicha editorial se mueve sólo con fines económicos. He de reconocer que aunque he leído a varios de los autores seleccionados, nunca me había acercado a una obra ganadora o finalista del Planeta. Hace algún tiempo que, con el único objetivo de ofrecer mi innecesaria perspectiva sobre esta polémica estéril, apunté en mi lista de lecturas pendientes el nombre de Manuel Vilas y su Alegría, obra finalista de la edición de 2019. Una vez leído e interiorizado desde una tumbona destartalada, me siento iluminado como para difundir las tres verdades del barquero. La primera es que los premios premios son. Se puede añadir que las editoriales editoriales son. Y, como colofón, que la alegría antes de convertirse en melancolía alegría es.

Mi primer contacto con Manuel Vilas no fue a través de su bibliografía. Supe de la existencia del autor aragonés escuchándole en el programa A vivir que son dos días de la Cadena Ser, donde este encabezaba una sección en la que construía el perfil de personajes de la actualidad como el presidente del gobierno, el Rey o el típico turista de verano. En ella mostraba un ácido uso de la ironía y una portentosa imaginación con trazas de surrealismo. Estos elementos son los que creí que serían los cimientos narrativos de Alegría. Me equivoqué. Las expectativas y los prejuicios suelen ser unos compañeros para la lectura especialmente traidores. Cabe reseñar que la obra de Vilas se extiende, más allá de la novela, por los relatos cortos, la poesía y el ensayo. También es articulista habitual del diario El País. Ahí encontré recientemente su opinión acerca del conflicto entre Rusia y Ucrania, la cual resultó una retahíla de vaguedades inconexas bastante parecidas a las que inundan los titulares de los medios de gran difusión.

Bastan muy pocas páginas de Alegría para borrar los prejuicios anteriormente mencionados. La obra se estructura en capítulos fugaces, con un estilo aparentemente sencillo y de ritmo fluido, idóneo para canalizar la narrativa de corte interiorista que se plantea. Manuel Vilas esboza en primera persona la historia de un protagonista atrapado en la melancolía de aquellos tiempos pasados de felicidad, personificados por la extinta presencia de sus padres y los intentos de emularla mediante la sinuosa relación con sus hijos. Llama la atención que los personajes reciban el nombre de compositores de música o actores clásicos de Hollywood. También es omnipresente el miedo, el enfrentamiento y la aceptación de la muerte. Las pequeñas anécdotas ilustran la idea de que eso que solemos referirnos como felicidad o alegría es aquello que somos incapaces de apreciar en el presente, que sólo logramos concebir cuando ya forma parte de un pasado lejano.

El narrador presenta muchas similitudes con la vida del propio Manuel Vilas. El ficticio protagonista se trata de un escritor de Barbastro que ha pasado holgadamente la cincuentena y que se encuentra inmerso en la presentación de su última novela. No es que sea este un elemento importante, ni que afecte a la coherencia o credibilidad del relato. Sin embargo, esta autoficción descafeinada atisba alguna sospecha sobre esa originalidad que presuponía. Dada la generosidad biográfica del autor y la fugacidad narrativa, genera la impresión de que el narrador fuera un amigo de toda la vida, característica que engancha en pocos capítulos y que otorga cierta expectativa argumental, como si estuviéramos aguardando la aparición de un cometa en cualquier momento. Desafortunadamente, en Alegría nunca acaba de llegar ese culmen y a mitad de la historia se intuye que nunca aparecerá.

Conforme avanza la trama, la melancolía que destila el narrador se torna en lástima y finalmente en fatiga. El arrojo sentimental del protagonista se hace tan pesado que en algunos momentos hubiera deseado poder zambullirme dentro del libro para, en lugar de darle un abrazo y atenuar la pena, soltar una merecida colleja. Tengo la inquietud de si en un hipotético futuro el protagonista de Alegría no sentirá la misma nostalgia por los tiempos que aquí se le escurrían entre las manos. Por otro lado, otro motivo que me suscita cierta rabia es esa tendencia a las frases redondas con trazas de autoayuda. En un acto de cortesía para con el lector, Vilas acompaña a tales pensamientos de puntos y aparte para enfatizar su erudición. Y, si no estuviera poca clara su relación con el concepto de alegría, este vocablo es reiterado en casi todos los capítulos. Sin lugar a dudas, todo un detalle para esos lectores que llevamos regular el apartado de la comprensión lectora.

En ciertos pasajes se intuyen tenues críticas al capitalismo y al sistema económico que exprime a todos los que nos abriga con su manta infinita. No obstante, me ha llamado la atención que el pensamiento del protagonista diste enormemente con sus acciones, dando a entender que se comparta como un títere del mecanismo al que no encuentra razón. Supongo que son estos méritos más que suficientes para granjearse un cómodo hueco en todo el entramado que cuestiona. Son estos los detalles que me enervan, los que muestran que más allá de la pose y la postal no hay nada más, que da igual el trato hacia los lectores pues Alegría y el resto de finalistas y ganadores del Premio Planeta o lo que dictamine el mercado coparán estantes de librerías, grandes superficies y los titulares de los principales medios de comunicación. En cualquier caso, se agradece la honestidad implícita, la lluvia sobre la frente mojada, la burla a quien está agotado de ser humillado.

Aunque se reitere la palabra alegría en múltiples y reiteradas situaciones, no cabría desdeñar la alegría que experimenté al terminar el libro. Justamente, en ese momento un amable compañero me indicó que la obra cúspide de Manuel Vilas es en realidad Ordesa. Me quedo más tranquilo por mi probable fallida impresión del autor, aunque me pregunto, ¿y por qué no le concedieron la distinción del Planeta en esa ocasión? Y ahora sí, con todas las garantías para opinar sin tener la más remota idea sobre la credibilidad de los prestigiosos certámenes literarios, ni del retrato que subyace de sus artes, alegría para todos antes de que esta se convierta en melancolía.

El post nos lo ha enviado Rafalé Guadalmedina amigo del blog y autor de La cuarentena de los necios editado por Nazarí este mismo año. Puedes seguirle en twitter, que es un tipo muy simpático y atento.

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Comentarios

  1. Un inmenso honor poder contribuir con mi alegría y malafollá a este tan distinguido espacio para las letras, la cultura y la diversión. Un fuerte abrazo, compañeros. Adelante!

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