GALGOS

Galgos es la historia de la familia Somarriba, propietaria de Grupo Galgo, una gran empresa de galletas, chocolates y bollería industrial que se enfrenta a la amenaza de la llamada Ley del Azúcar. Hay que tomar decisiones clave para sobrevivir hasta llegar a su tercera generación. La disyuntiva es decidir si optan por adaptarse a la nueva regulación y cerrar algunas de sus fábricas, o buscar nuevos socios capitalistas y ponerse en mano de personas ajenas a la familia, sin descartar la vía de la presión política. Pero todo con la cabeza bien alta, que para eso son burguesía clasista. Ante todo las buenas formas frente al problema de poder y liderazgo que se avecina. La decisión de la matriarca del clan de dejar de estar en un discreto plano y dar un inesperado paso al frente para tratar de salvar la empresa familiar será el punto de partida de una batalla llena de egos, vanidades, ambiciones, corrupciones y, cómo no, la salida a la luz de más de un secreto.

Es la familia como trampa, como lugar del que no puedes escapar. Las cuestiones de familia se dirimen a través de la empresa y las cuestiones empresariales a través de la familia. No te puedes separar de tu familia y menos si es tu empresa. Hay una necesidad muy fuerte de unión. En el momento en que se empiezan a confundir empresa y familia, el conflicto está servido. Este revoltijo de motivaciones personales y laborales es el motor para un abanico de personajes, con amplio espectro de generaciones, buscando la complacencia y el apoyo de todo tipo de público. 

Sería fácil caer en comparaciones, pese a similitudes, con otras series como Succession, Falcon Crest, Dinastía. El mundo empresarial capitalista americano. Vemos en Galgos el mundo de los empresarios de provincias que están en Madrid. La forma de manejar el poder en España es muy distinta. Estados Unidos es un mundo ultracapitalista y aquí hay algo de a quién conoces, a quién le puedes pedir un favor. Empresas flamantes en la época del desarrollismo de los años sesenta o setenta. Pero nunca se han renovado. Se ve un regusto rancio, tanto en la familia como en los entes que le rodean.

Otro elemento es un presupuesto cien veces menor que en Succession. No esperéis helicópteros ni yates de 50 metros de eslora. Intenta un guion punzante y unos personajes atractivos, bien interpretados. Un guion inteligente e ingenioso tanto para el drama como, para algunos críticos, el humor negro. ¡Atención!, digo intenta.

Aparece un amplio abanico de personajes construidos con aristas. No hay malos ni buenos. Carmina, Blanca, Gonzalo o Julián están construidos de manera que nos podamos sentir identificados con ellos en algún momento. Se busca no caer en los estereotipos, pero no.

Galgos compartimenta las tramas de cada uno de los personajes que provoca cierta falta de ritmo. El paso de los capítulos da forma a un cuadro en el que lo importante son los detalles individuales, que difuminan el todo. Acaba convertida en una serie poco completa pero es distinta. Ni buena ni mala, pero que tiene la capacidad atrapar por la red de relaciones, alianzas, traiciones y situaciones casi grotescas en las que se ven implicados cada uno de los miembros en su huida hacia delante para salvar la empresa y sobre todo salvarse ellos mismos.

No es una serie trepidante, ni siquiera cuando se precipitan los acontecimientos. Se desenvuelve de forma lenta a nivel narrativo y el montaje llega a ser muy abrupto, con cortes drásticos, sobre todo en la continuidad del inicio de los capítulos. Entre sus mayores debilidades, los flashbacks de los que podría prescindirse sin miramientos en la mayoría de ellos, sin que la historia quedara comprometida. Abundancia de los denominados «planos de nucas» con paseos por pasillos que solo estiran la duración de la serie, a lucimiento de Adriana Ozores, sobre todo. Con mayor concisión y algo más de ritmo mejoraría muchísimo. Es más que probable que haya una segunda temporada, hay margen de mejora. Una narración de primeros planos y cámara en mano, siguiendo a los personajes por los pasillos de la sede de la empresa o la mansión familiar. Empieza con una anécdota sobre una boda de hace años, y nos presenta a todos los miembros de la familia con sus reacciones, y el último nos despide en el baile de otra, dejándonos clarísimo que todo se repite y nada acaba nunca del todo.

Buenas actuaciones de Adriana Ozores, Oscar Martínez, Patricia López Arnaiz, y, para mi, Jorge Usón, sin olvidarnos de Luis Bermejo, Francesco Carril y Antonio Dechent.

Tal vez el personaje más estereotipado es el de Jimena, interpretado por María Pedraza. Jimena es la benjamina de la familia y si bien está bastante desvinculada de la empresa es un personaje al que no le han sacado mucho partido. Su trama LGTBI y su lucha interior por su estatus social, no impide caer en lo pijo, lo banal, y en otros estereotipos propios de la edad y posición social. Eso si, es buena hermana. ¿Cambiará en las próximas temporadas?

Más pegas. Tenemos el habitual tono blanco, desideologizado y pensado para no molestar a nadie pero dar acabado «de prestigio». Solo quiere describir una realidad con el filtro de la ficción y con la mejor técnica posible, pero no le interesa cuestionarla o rastrear sus bases. Hacer lobby en Bruselas o amagar un cierre para que los políticos metan pasta pública por miedo a la pérdida de empleo en plena precampaña son opciones. Plantear que seguramente el abuelo Somarriba levantó la gran empresa que tiene por ser cercano a las autoridades franquistas, quizás incluso con algún pufo y explotando a sus trabajadores, eso sería incómodo. Solo sale un sindicalista, y es corrupto y amiguete. La perspectiva del currito solo aparece cuando se desclasa, y ahí lo que le pase se lo merece, por trepa. La patriarca baila entre la idea de cerrar la primera fábrica, por ser el inicio del «imperio», y lo edulcora con los pobrecitos trabajadores. Sin olvidarnos de la naturalidad de la boda LGTBI, en un mundo burgués tradicional. Boda que refleja el «pijerio», el estatus social y da vergüenza ajena.

El final no tiene moraleja, que eso siempre está bien, y los vicios de los personajes se retratan solos y hay que dejar al espectador que decida. Es tan precisa, y técnica, que se le olvida todo lo demás.

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