El año que dejamos de jugar
Erase una vez una niña de 9 años, Anna, que vivía en un barrio acomodado de Berlín junto a sus padres y su hermano Max. Su padre era un periodista, escritor y crítico teatral famoso y su madre una compositora y pianista de éxito. Heimpi, la niñera que les había cuidado desde que nacieron, ahora se ocupaba de las tareas de la casa mientras ellos iban al colegio. Su vida era corriente, como la muchos niños de su edad. Aquel día, su padre estaba en cama con gripe y Anna percibió algo distinto en el rostro de su madre, nunca la había visto llorar, y le pareció raro que aun vestida para su concierto, dijese que no iría. Papá le explicó que un partido político, con el que él era especialmente crítico en sus columnas semanales, por sus actitudes autoritarias y de odio hacia los diferentes, había ganado las elecciones. Mamá le dijo que debían abandonar su casa, su ciudad, su vida, para ir a vivir a otro país. Ella no entendía nada, fundamentalmente la relación entre ese partido, cuyo líder era un señor del que su amiga Elsbeth decía que parecía Charlie Chaplin, y su marcha dejando todo atrás. Papá le dijo que ellos eran una familia judía, y Anna se preguntó qué tenía eso de malo.... Su única preocupación era obedecer a mamá y elegir para su equipaje un solo juguete. Finalmente decidió dejar en casa su querido conejo rosa y llevar otro peluche en su lugar.
Así comienza la película El año que dejamos de jugar, basada en la obra autobiográfica de Judith Kerr Cuando Hitler robó el conejo rosa. Ambas nos explican de una manera singular, cómo toda una generación de niños y niñas perdieron su inocencia y su infancia. Se han realizado montones de obras de creación, tanto literarias como cinematográficas sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre las diferentes víctimas y colectivos inocentes que sufrieron durante años, pero la historia de Anna va más allá. Tanto la directora de la película, Caroline Link, como la autora del texto original, someten al público a un nuevo punto de vista, uno cargado de ingenuidad: la perspectiva de una niña pequeña. No solo estamos ante la historia de una familia que se ve obligada a exiliarse sino ante un proceso, una transición que muchos niños sufrieron a lo largo de muchos años: la pérdida de la inocencia. Es imposible no empatizar con la joven protagonista, sabemos de antemano lo que va a suceder y lo mucho que va a sufrir mientras ella vive ajena al peligro y su máxima preocupación es el conejito rosa que tuvo que dejar en casa antes de huir. Poco a poco, Anna irá tomando conciencia sobre la situación, y haremos cogidos de su mano un viaje conmovedor y desgarrador, capaz de brindarnos esperanza en tiempos de guerra.
No dejen de leer el libro y/o de ver la película. No les dejará indiferentes. Por cierto, el libro tiene segunda parte, En la batalla de Inglaterra, y ambos están disponibles en las bibliotecas municipales de Leganés y en ebiblio
Tanto la película como el libro me atraen mucho gracias por la sugerencia.
ResponderEliminarEstoy segura de que no te defraudarán. Muchas gracias por tu comentario, Gema.
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